El feminismo me ha enseñado que la libertad nos pertenece
Yo no soy como las demás
¿Has escuchado la típica frase: “yo no soy como las demás”? Tal vez la has utilizado con orgullo, al menos yo sí lo he hecho. ¿Y qué tal la clásica: “yo solo soy amiga de hombres, las mujeres son muy chismosas”? ¿Te suenan? Estas frases vienen desde nuestra misoginia internalizada y es un gran ejemplo de cómo en muchas ocasiones somos cómplices de nuestra propia opresión.
Intento recordar cuándo fue la primera vez que sentí la necesidad de compararme con otras mujeres, de empujarme desesperadamente para ser validada y reconocida por la mirada masculina y patriarcal. ¡Qué trampa tan trágica nos hace el patriarcado! La trampa de odiarnos y competir por migajas, porque nos han hecho creer que mientras más nos separemos, más seguras estamos. ¡Cuánta mentira! ¡Cuánto dolor!
En los últimos años, le he dedicado mucha energía e intención a sanar mis relaciones con otras mujeres y tratar de entender de dónde viene ese odio y coraje que en ocasiones sentía. ¿Cómo se ve? ¿Cómo se manifiesta? ¿Cómo lo sanamos y nos liberamos desde el feminismo?
Muchas veces esto se manifiesta sutilmente y ocurre de forma inconsciente, pero sabemos que sus efectos son devastadores en nuestra autoestima y en nuestra capacidad de generar relaciones saludables con otras mujeres. La autora y actriz Jennette McCurdy en su más reciente publicación “I’m Glad My Mom Died”, escribió sobre la diferencia entre cómo los hombres nos lastiman, en contraste a las mujeres. La autora establece que “los hombres te lastimarán sin conocerte realmente, pero las mujeres te conocerán profunda e íntimamente y luego te lastimarán. Tú dime cuál es peor.” Esta frase caló profundo en mi corazón por su veracidad innegable.
Las mujeres sabemos desde muy pequeñas nuestros roles y nuestra posición. Sabemos que debemos ser las más lindas, las mejores portadas y debemos resaltar para así ser validadas. Las mujeres también compartimos en silencio muchas experiencias similares de violencia, trauma y acoso. Por tanto, sabemos lo que cuesta sanar y lo mucho que llegan a marcarnos ciertos comportamientos. Por eso cuando nos lastimamos entre nosotras, ya sea una amiga, una compañera, una mentora o una mujer de tu familia, duele muchísimo más. Duele porque sabemos lo que hay al otro lado, duele porque lo hemos vivido.
Nos enseñan a colocar a las mujeres en dos categorías. En la primera categoría están las amigas y las mujeres en tu familia. A estas mujeres las amamos y las respetamos, pero en ocasiones sentimos que la línea es muy fina entre la lealtad y la traición. Esto nos impide desarrollar relaciones íntimas y profundas, porque al final del día siempre está la posibilidad de que se conviertan en competencia, que nos mientan, nos juzguen o abandonen. Es desde esta desconfianza e incertidumbre que se gestiona la facilidad con la cual nos alejamos de nuestras amigas cuando entramos en una relación.
Como dice la escritora feminista Coral Herrera Gómez, “el patriarcado utiliza el amor romántico para llevarnos a jerarquizar nuestras relaciones” y lamentablemente (en muchas ocasiones), esta jerarquización, nos lleva a colocar las relaciones entre amigas en un rol secundario. Al final, esa es la trampa ¿no?. Separarnos de quienes pueden ser nuestro espejo y salvación cuando entramos en relaciones violentas o contrarias a nuestro bienestar.
La segunda categoría, son todas las otras mujeres que no conocemos, pero con mucha facilidad juzgamos y criticamos. Lo hacemos en ocasiones inconscientemente. Conocemos a una mujer y con muy poca información le acomodamos en categorías inferiores que nos hagan sentir una falsa protección. Entonces, merece la pena preguntarnos, ¿de qué nos estamos protegiendo?
La falsa protección
Las contestaciones que he podido ofrecerme son las siguientes. Nos quieren hacer creer que debemos protegernos de quedarnos solas y sin pareja y de hacer o decir algo que no sea bien visto por la mirada masculina y patriarcal. Al final sabemos que es una falsa protección que radica de la misoginia internalizada. Esto nos hace pensar que vinimos al mundo a ser por y para otras personas. Ser para los hombres, ser para el consumo y nunca para nuestros propios deseos. Sabemos que es una falsa protección porque naturalmente no nos inclinamos a ella, nos enseñan a ejercerla.
Mientras fui creciendo nunca sentí la necesidad de “protegerme de otras mujeres”, tampoco articulaba frases como las que les compartí al principio de este escrito. Antes era todo lo contrario, tenía mucha admiración y amor por las mujeres de mi vida. Por mis vecinas, mis amigas y las mujeres que veía en los medios. Siempre encontraba algo que me gustaba, algo que admirar, algo que aprender y celebrar.
No fue hasta que tuve mi primera relación con un hombre y viví la infidelidad en carne propia. ¡Qué dolor! Yo era una chamaquita en décimo grado, ya se imaginarán. Recuerdo verlo después de lo ocurrido, su cuello lleno de marcas y su rostro visiblemente avergonzado. Era bastante evidente lo que había pasado, él sabía el mundo en el que vivíamos, conocía mis inseguridades y cómo las estructuras sociales le beneficiaban.
Recuerdo que me contó una historia elaborada sobre cómo la otra muchacha era la malvada usurpadora, mientras él se pintaba como un pequeño inocente. Mirando hacia atrás, no me sorprende que él haya recurrido a esa narrativa, pero sí me duele lo fácil que cedí a ella. Inmediatamente caí en la actitud de odiar a esa mujer que no conocía. Critiqué su físico, me comparé lado a lado, cuestioné sus elecciones y su atrevimiento. Posicioné mis cañones hacia ella y sin saberlo, también los posicioné hacia mi propia deshumanización.
Y es que la infidelidad o la posibilidad de ella, nos hace traicionar nuestra propia intuición y pone en entredicho nuestro valor. (haz click para ver el vídeo)
Más allá de eso, si no tenemos la herramientas para gestionar y sanar el dolor que esto genera, podemos caer en un ciclo constante de inseguridad y odio hacia otras mujeres que podríamos sentir como amenazas desde nuestra propia inseguridad. Al final, lo que más me duele es ver cómo nos enajenamos de tener relaciones íntimas y profundas con otras mujeres. Ver cómo desde las redes sociales, hasta los encuentros casuales se convierten en campos de batalla en los que reina la comparación y la competencia por ser “la más”. La más linda, la más afuego, la más disponible y la más complaciente. Y es que debemos entender que ser “la más” para la mirada masculina y patriarcal, en muchas ocasiones significa ser “la menos” para una misma.
Más amigas, menos competencia: la libertad nos pertenece
El amor más hermoso y liberador que he encontrado ha sido el de mis amigas. Me di cuenta que podía generar vínculos con muchas mujeres desde la admiración, el acompañamiento y el respeto. Sanar para mí fue entender que reflejar mis inseguridades a través del odio y la envidia, no me permitiría ser libre. Sabía que lo que llevaba dentro no me pertenecía, ese rencor debía encontrar un lugar fuera de mi cuerpo. Yo quería otra cosa.
El feminismo me ofreció esas otras posibilidades, en las que constantemente me elijo a mí y a las mujeres de mi vida. Nos quiero libres, amadas y celebradas. La competencia y la lucha es contra el sistema que nos separa, nos categoriza y nos descarta. Me he aferrado a una frase que repito con frecuencia: “voy con el corazón abierto y valiente”. Mi corazón está abierto para sentirlo todo, hasta lo incómodo, hasta lo que asusta. Mi corazón es valiente y se atreve a amar y a imaginar desde la esperanza radical nuevas formas de ser humana en este mundo tan intenso.
El feminismo me libera
El feminismo me ha enseñado que la libertad nos pertenece a todas las personas y que no necesito compararme con absolutamente nadie. Las mujeres son merecedoras de todo el amor que puedo ofrecer y me rehúso a hacerle el juego al patriarcado.
El feminismo me libera a diario. Me libera el corazón y la mente. Me ha demostrado nuevas formas de amar y amarme. Me despierta curiosidades y cuestionamientos que voy desenredando con paciencia y amor. El feminismo me da la oportunidad de establecer los términos y condiciones de mi propia vida. Me libera del patriarcado y de las expectativas que se imponen sobre mí. El feminismo me ha liberado de la pleitesía capitalista al trabajo, a la cultura del “joseo” y a la competencia por ganar más mientras nos hacemos menos. A traves del feminismo y las enseñanzas de la Colectiva Feminista en Construccion, he aprendido que el racismo, el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo son sistemas que operan en paralelo. Estos sistemas operan desde la idea de que la libertad no nos pertenece y apuestan a nuestra desaparición. En contraste, el feminismo me ha demostrado que la libertad SÍ me pertenece, a mí y a mi país, por eso me propongo defenderla a diario desde mis relaciones interpersonales, hasta la grandeza de lo que podemos lograr juntas.
Con el corazón abierto y valiente,
-Ali